martes, 2 de noviembre de 2010

Nostalgia por el table dance

Eres la libertad y el equilibrio; no sujetas ni detienes a nadie
no sometes a los recuerdos ni a la esp
era.
Eres pura presencia, fluidez, perpetuidad.
Canonicemos a las putas/ Jaime Sabines

Allá por el año 2001, año en que según la ficción de las películas todos andaríamos en autos voladores y las vueltas a luna serían cosa común, su acá escribiente estaba regresando al rancho electrónico de Torreón después de un largo encierro por las áridas fronteras del norte de esta especie de país, después de sesiones de choques eléctricos de cable de estéreo conectado a la energía 220 y viviendo de cerquita lo que después se le llamaría narcocultura, mi sombra y yo estábamos de regreso tratando de recuperar algo de lo perdido en las guerras síquicas.

Para festejar un grupo de amigos me invitarían a un lugar donde en el pasado yo era no solo visitante sino casi mi segunda casa, "el zorro azul", lugar de solaz y esparcimiento donde bailaba mi amada Miroslava, nombre de batalla de una hermosa regiomontana que en sus épocas de gloria salia a bailar al tubo en un vestido rojo, igual al que luego le vi en un video a Biritney Spears. Era ella puro fuego, un demonio que dejaba la pista calientita con olor a azufre mezclado con una cosa que se untaban en el cuerpo las bailarinas que nunca supe que era pero te dejaba el cuerpo brilloso y con brillitos, era pues su esencia como polvo estelar y calor de hogar.

Pero eso era en el pasado, esa vez ya no estaba Miroslava, ya no era el zorro azul que yo recordaba en mis encierros con rechinar de dientes, ora era un lugar oscuro, caro, donde las chatas no se encueraban!, se dejaban el bikini y no se veía nada porque nomás arriba de la pista sólo las podías ver a través de un láser, no mames! decía yo mientras veía a los meseros cobrando de más y a las bailarinas queriendo beber a huevo a tus costillas, no, eso no era mi zorro azul, en mis tiemposhh hijitoshh, la Miros y la Abril, te fiaban el privadito, te regalaban el arrimón por una cajetilla de cigarros, se sentaban a beber contigo pa platicar, sin cobrar extra, te esperaban a la salida y no te sableaban cuando te quedabas dormido en el motel, no, eran putas sanas, limpias, buena onda y cariñosas con el respetable, esto ya no era por amor.

Salí de allí preguntándome qué había sido del amor al arte, porque bailar en el tubo es un arte como lo saben los que han visto con asombro a una mujer colgando solo sostenida por la fuerza de sus piernas, dando giros increíbles al ritmo de still loving you de scorpions, con los brazos en forma de cruz invertida, como lo hacía Miroslava, un ser de carne y fuego que me tatuó sus labios en una noche antes del fin del mundo allá por 1999, puro apocalipsis, pura entrega ciega, puro extender la mano pidiendo un pan a la diosa del tubo, puro amor.